Lo que es único en la edad entre tres y seis es que cada vez es más evidente que estamos tratando con otro ser humano. Hasta este punto, había sido más como atender a un pequeñito que te necesita para sobrevivir, un bebé que puedes controlar (más o menos). Pero ahora comienzas a preguntarte, ¿Quién es esta pequeña persona en mi casa y cómo puedo lidiar con ella? Ahora ya contamos con un conjunto diferente de habilidades y el conocimiento de educar a los hijos.
Sería muy útil aplicar en esta fase el siguiente principio espiritual: El amor es la base y el vínculo. ¿Por qué es tan importante? Porque a esta edad tu hijo se está convirtiendo en un ente independiente de ti; en un individuo, es el momento en que la seguridad y un vínculo se vuelven necesarios.
Hay tres niveles de amor que los padres sienten por sus hijos. Cuando nace nuestro bebé, lo amamos sin juicios ni condiciones; la naturaleza nos proporciona esta conexión básica con el bebé, que es increíble porque de otra manera no podríamos cuidar de nuestros niños. En un segundo nivel, cuando nuestros hijos crecen un poco, nos enamoramos de sus personalidades únicas y las cosas lindas que hacen. Luego está el tercer nivel de amor, que tiene lugar en el nivel del alma, de la conciencia. Aquí es donde empieza el trabajo real.
En esta vida, hay una razón por la que ellos son tus hijos y tú eres su padre, porque tienes algo que resolver. Pero lo importante aquí es apreciar que esa personita en casa es un compañero de alma en su viaje por la vida. Tú eres el guía, el maestro, el proveedor, pero también estas compartiendo tu hogar con otra alma única independiente a ti.
Esta conciencia puede ayudarnos cuando nos salimos del camino. Esto permite aprender que el amor incondicional basado en el respeto; amor que no es sólo base sino también el vínculo con alguien más; un amor que sana. Y es esencial que expresemos este amor, porque a esa edad, de tres a seis, los niños creen que cuando estás enojado no los quieres. Necesitan escucharte decir que los amas, especialmente cuando se portan mal. Necesitan sentir el amor físico también, con besos y abrazos.
El amor es la base y el vínculo. En el nivel del alma hay una razón de por qué es tu hijo, por qué él o ella está en tu película, y tú estás en la de ellos. Pero cualquiera que sea la razón, tu primera tarea es dar amor incondicional, como base para la relación y la acción de conectarse, como base y vínculo. Eso es lo que nos dará el equilibrio correcto entre estar a cargo y ser respetuoso con esa otra alma.
En los escritos de un sabio Kabbalista hay una linda analogía sobre la educación de los hijos, la compara con dos botellas, una llena y otra vacía. Como padre, tratas de echar el agua de una botella a otra. Algo de esa agua pasará de forma eficaz, y otra se derramará en el piso. Tenemos que aceptar esto, pero también podemos usar un embudo para evitar algo de este desastre – el caos, las veces que empezamos a gritar a nuestros hijos. El embudo es la conciencia, el conocimiento de mucho más de lo que vemos, así como la aceptación del trabajo que significa para nosotros el proceso. La parte amplia es nuestra comprensión más extensa de los matices de la vida y usamos el embudo para echar el agua en esta pequeña abertura que es nuestro hijo.