«Mi hija sólo se porta mal: Me contestó de una manera irrespetuosa. Él no paraba de molestar a su hermana después de que se lo pedí varias veces. Su cuarto sigue siendo un desastre después de que le pedí tres veces que lo limpiara. Él me mintió. Ella no estudió para el examen» –otra vez. ¿Ahora qué? Estoy tan molesta que quiero darles una lección. ¿Cómo puedo manejar la delicada cuestión del “castigo”?
La verdad es que el castigo no debería ser parte del vocabulario familiar. Lo que resulta más beneficioso es la idea de ayudar a nuestros hijos a entender que hay un sistema de reglas espirituales que rigen nuestro comportamiento. Una de estas reglas es que para cada causa hay un efecto; esto es lo que necesitamos enseñar a nuestros niños sin llegar al tema del castigo. Lo primero que necesitamos entender es que la vida no nos castiga por nuestras acciones; la Luz no viene de un lugar de enojo o trata de vengarse de nosotros cuando nos portamos mal. Los eventos desafortunados en nuestra vida –por ejemplo cuando perdemos algo, o no obtuvimos lo que queríamos- vienen como resultado de nuestras propias acciones, gracias a una regla espiritual que nos da la oportunidad de crecer y cambiar.
Por eso, como padres, cuando enfrentamos una situación donde nuestros hijos se portan mal, necesitamos dejarles claro que su comportamiento, sus acciones, conducen a efectos específicos. Cuando castigamos a nuestros niños, todo lo que piensan es “Mami me castigó”, “Papi me castigó” y pierden la oportunidad de desarrollar la conciencia espiritual que funciona en el universo.
Entonces, ¿Cómo es esto en la práctica? En vez de reaccionar con rabia y gritando: “Si no dejas de golpear a tu hermano no tendrás postre” (amenaza de castigo), tómate un momento para calmarte y luego simplemente enseña la lección. “Cuando golpeas a la gente pierdes el privilegio de estar con esas personas y disfrutar una agradable cena juntos. Entonces tienes una opción: Puedes dejar de golpear a tu hermano y podemos tener una cena agradable y un postre delicioso o puedes seguir con tu comportamiento y tendrás que levantarte de la mesa y no unirte a nosotros en la cena tan agradable que estamos compartiendo juntos. Todo depende de ti. Es tu elección.” La diferencia radica en la forma como formulas la lección. No estoy enojada. No estoy reactiva. Estoy explicando proactivamente que las acciones tienen consecuencias y en este caso va a afectar tu experiencia positiva. También ayuda si los efectos están relacionados y a la medida de la situación.
Otro punto a considerar es que muchas veces castigamos a nuestros niños de manera que terminamos castigándonos nosotros mismos. “Si no terminas la tarea no habrá televisión por una semana”. Ese es un castigo para nosotros también; allá va ese tiempo de tranquilidad que habíamos planeado. En cambio podríamos decir, “Sé que cuando ves TV te distraes de hacer la tarea. Así que tendré que llevármela para que puedas concentrarte. Cuando vea que puedes hacer ambas cosas exitosamente entonces te dejaré ver TV otra vez». Esto asegura que tengamos espacio para hacer ajustes cuando nuestros hijos hayan aprendido la lección. Pero también significa que nos tenemos que asegurar que no estamos teniendo un comportamiento reactivo con el enojo del momento o pagaremos un alto precio por ello. Pero lo más importante es: Dale a tu hijo una opción en el momento –puedes parar o puedes continuar. Si paras, esto es lo que pasará. Si continúas, esto es lo que sucederá.
Las acciones tienen consecuencias –para todos. Y por supuesto, si educamos a nuestros hijos sobre las reglas del universo, seremos más conscientes de nosotros mismos. Cada cosa que hacemos pone algo en movimiento. Esta es una lección que como padres podemos tomar en serio en nuestras vidas, así como en la educación de los hijos. El mal comportamiento de nuestros niños es una oportunidad de aprendizaje espiritual.