El principio espiritual que trabaja aquí es que el cuerpo es la casa del alma. Esto significa que el cuerpo es una parte importante de quiénes somos y si lo cuidas, si lo mantienes sano, tu alma tendrá un mejor lugar para vivir. Incluso los niños pequeños pueden empezar a entender esto, si se los explicas estarás preparando el terreno para que se relacionen con el cuerpo de una excelente manera por toda su vida.
Pero esta casa que le proporcionamos al alma es temporal. El alma la abandona cuando morimos, lo que nos da una perspectiva útil sobre el cuerpo. No tiene sentido que lo adoren o se obsesionen con él. Pasará por la juventud, la madurez y la vejez, luciendo diferente en cada etapa. En el sentido más estricto, cómo nos vemos no es lo que somos, ese, es el terreno del alma.
Ahora que hemos encontrado el balance apropiado, podemos aprender más acerca de cuidar nuestro cuerpo, nuestro templo del alma. Cuando son pequeños podemos empezar a hacer que se sintonicen con sus cuerpos. Algunos niños están más conectados con las necesidades del cuerpo, otros no tanto. Algunos niños necesitan que se les recuerde comer. Otros se pueden poner inexplicablemente de mal humor, esta resulta ser la manera como su cuerpo indica la hipoglucemia. Algunos niños comen demasiado, porque no reconocen la sensación de haber comido lo suficiente. Preguntar a tus hijos cómo se sienten físicamente ayuda a ser más conscientes de cómo trabaja su cuerpo.
Conocer su cuerpo significa saber cuándo es hora de dormir. Mis hijos son mayores, sin embargo, sólo uno de los cinco dice: «Estoy cansado, quiero ir a dormir.» El resto aún necesita que le digan cuándo ir a dormir (esto es válido para mi marido también). Los invito a detenerse a escuchar con atención sus cuerpos. Si tu cuerpo te dice que está cansado, ve a dormir. Yo les digo: «Si vas a la cama ahora, mañana te vas a despertar temprano, lleno de energía».
Debido a que los padres tenemos nuestras propias ideas acerca de los momentos y formas correctas de comer y dormir, podemos darles la oportunidad a nuestros hijos de descubrir por sí mismos lo que sus cuerpos necesitan. ¿Cuántas veces nos peleamos con nuestros hijos sobre una chaqueta cuando somos nosotros los que sentimos frío? Tenemos que desentendernos lo suficiente para que puedan aprender a asumir su propia responsabilidad.
Mi hija menor tiene 6 años, un día llegó de la escuela y me contó que su maestra le dijo que terminara su almuerzo, que no había comido lo suficiente y que tendría hambre. Mi hija estaba molesta al decir, “Ella no puede decirme eso porque no sabe cómo me siento; sólo yo puedo saber cómo me siento porque es mi cuerpo”.
Conocer nuestros cuerpos -y su importancia como hogares de nuestras almas- puede ser una plataforma para algunas maravillosas conversaciones.
Verificando conmigo mismo:
1. ¿Les doy a mis hijos la oportunidad de experimentar las necesidades de su cuerpo, o me precipito a cuidarlo por ellos?
2. ¿Cuánto énfasis pongo en la apariencia física de mis hijos? ¿Hay equilibrio con el énfasis que le doy a su comportamiento y atributos espirituales?